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Ghostgirl

Ghostgirl

Nunca piensas que te pueda pasar a ti.

Piensas cómo será. Le das vueltas una y otra vez, alterando
 el escenario un poco en cada ocasión, pero en
 el fondo no crees que te vaya a pasar nunca, porque
 siempre es a otro a quien le sucede, no a ti.
Charlotte Usher cruzó con paso decidido el aparcamiento
 en dirección a la puerta principal de Hawthorne
 High repitiéndose su mantra positivo: «Este
 año es diferente. Éste es mi año». En lugar de permanecer grabada
 para siempre en la memoria de sus compañeros de instituto
 como la chica que sólo ocupaba espacio, la
 chentena o, la que
 succionaba ese aire tan preciado al que bien podía haberse dado otra utilidad mucho más provechosa, este año empezaría con
 otro pie, un pie enfundado en los zapatos más exclusivos y más
 incómodos que el dinero puede comprar.



Morirse de aburrimiento no era una opción. Charlotte Usher ya estaba muerta.


Tamborileó sus finos dedos sobre la mesa, impasible, y se desplazó en su silla de oficina

de tres ruedas aun lado del cubículo y luego al otro, estirando el cuello por si así obtenía

una mejor perspectiva del pasillo.

--Esto no es vida –gruñó Charlotte, lo bastante alto como para que Pam y Prue, que
 ocupaban sendos cubículos cercanos, la oyeran.

--Evidente. No lo es para ninguno –graznó Prue--. Y ahora cierra la boca, que estoy
 atendiendo una llamada.

--Cosa que también tú deberías hacer –sentenció Pam, recurriendo a una mano en lugar de a una tecla correspondiente para silenciar el auricular y evitar que su “cliente”
 pudiera escucharla.

Pam y Prue, continuaron parloteando muy ocupadas, y Charlotte lanzó a su aparato una

mirada cargada de resentimiento.

Todos los teléfonos, y los cubículos, eran idénticos. De color rojo sangre, con la única

luz parpadeante en el centro. Sin teclado, sin posibilidad de marcar una llamada saliente.

Sólo las recibía.


Hay quienes viven cada día como si del último día de su vida se tratase. Los hay que
 contemplan el amor de modo similar, en un intento desesperado por eludir aquellos cambios,

sean estos ínfimos o bien descomunales, que en todo momento se ciernen sobre cada uno de

nuestros horizontes. Pero el sentimiento de apremio que surge de nuestro deseo de
experimentar la vida y el amor al máximo puede precipitar la toma de determinadas

decisiones, que no siempre resultan las más idóneas para quien las toma, ni para aquellos a

quienes afectan, todo hay que decirlo. Es más, en ocasiones, enfrentarse a las consecuencias

de las elecciones de cada uno puede resultar fatal, más incluso que la muerte. Tal vez

sólo se viva una vez, pero no siempre tiene uno por qué desear sentir esa vida como eterna.



Las fiestas navideñas no son

 solo una época de diversión,
 sino también el momento de cumplir con las visitas de
 compromiso. Al igual que el
 salmón que nada desesperadamente
 corriente arriba, nos sentimos impelidos
—empujados por la culpabilidad o por las buenas intenciones— a realizar ese
 viaje, sabiendo perfectamente
 cómo puede acabar.


Las cosas en la vida que más tememos, tienen que ver
 más con los monstruos dentro de nuestras cabezas, que
 con aquellos que imaginamos debajo de la cama. La inseguridad, la indecisión, la culpa y el arrepentimiento
 son los fantasmas que realmente nos acechan. Aun
 si tratamos de evitarlos, ignorarlos o enfrentarlos, no
 existe ningún talismán o fórmula mágica para protegernos, ni ninguna luz que brille tan intensamente como para iluminar los rincones más oscuros de nuestr
as mentes.

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